Dentro del carro.
Sofía apretó los dientes antes de abrir la puerta.
Elías, al verla con esa cara de querer devorar a alguien, habló con calma, como si nada lo perturbara:
—La señorita Valdés sí que es desagradecida. Hace unos días me llamaba maestro, y hoy ya se hace la que no me conoce.
—Señor Casanova, reconozco que su carro es de lujo y muy caro, pero ¿puede dejar de estacionarlo siempre frente a la entrada de la universidad? No da buena impresión.
—¿Y qué tiene de malo?
—Afecta mucho mi reputación.
Elías se encogió de hombros, indiferente:
—Yo solo hago lo que me conviene, lo que me resulta útil. La reputación de los demás nunca me ha importado.
—Usted…
Claro, digno rival de Alejandro en la otra vida.
¿Y qué podía hacer? ¿Pelear con él? Eso solo terminaría en su propia desgracia.
En su mente ya había imaginado cien maneras de morir a manos de ese hombre.
Al final, eligió la prudencia.
—¿Cómo te fue en el examen? —preguntó Elías, sin levantar la voz.
—Gracias a usted, perfecto.
—Bi