Al ver el acordeón tirado en el suelo, el rostro de Mariana se congeló de inmediato.
Creía haberlo perdido; jamás pensó que terminaría en las manos de Alejandro.
—El director me dijo que tus calificaciones han caído en picada, así que revisé tus exámenes. La profesora encontró este papel en el piso, cerca de tu lugar. Esta es tu letra, no me voy a equivocar. ¿Aún así quieres negarlo?
Alejandro le puso la evidencia delante, clara y contundente.
—Alejandro… déjame explicarte…
Mariana trató de contenerse, pero él ya había escuchado suficiente.
—Entre nosotros ya no hay nada que hablar.
Le devolvió el acordeón y, sin mirarla más, se volvió hacia el secretario Javier para que abriera la puerta del carro.
—¡Alejandro!
Por más que Mariana lo llamara, Alejandro no se detuvo ni volvió a verla.
—Señor Rivera, ¿no cree que fue demasiado duro con la señorita García? —preguntó Javier en voz baja.
—¿Duro? ¿Acaso no he sido demasiado tolerante? Mira lo que ha hecho. ¿Cómo quieres que la siga encubrie