Ante la insistencia del jefe académico, Sofía perdió la paciencia. Su voz sonó fría:
—Ya lo dije. Si de verdad me acusan de pelear y causar disturbios, que el director llame a la policía para arrestarme. Pero si es solo por la tasa de graduación… lo siento, ese es problema de la universidad. ¿Por qué tendría yo que cargar con eso?
—Tú… —alcanzó a decir el jefe académico.
Pero Sofía ya había colgado. Para ella, esa llamada carecía de sentido.
El director no hacía más que temer a Alejandro, o quizá cumplía órdenes suyas: proteger a Mariana y sacrificarla a ella.
No era nada nuevo; ya había visto este tipo de maniobras antes.
Y ahora que Mateo llevaba días fuera, ocupado con los asuntos del Grupo W, el director seguramente pensaba que nadie movería un dedo por la hija de los Valdés, la muchacha que Alejandro había dejado plantada. Por eso se atrevía a ir contra ella sin reparo alguno.
En ese momento sonó su celular. Era Luna Rodríguez.
—¡Sofi! —se oyó la voz agitada de Luna—. ¿Ya viste lo