Sofía ya se había topado una vez con Leo en la universidad. Aquella ocasión iba con prisas: chocaron de frente, lo miró apenas un instante y siguió de largo.
Pensó entonces que su regreso al país era solo una visita rápida, que había venido a ver a Mariana y pronto regresaría al extranjero para continuar su carrera como actor.
Pero ahora quedaba claro: Leo parecía tener la intención de quedarse en Ciudad Brava y abrirse camino en el medio nacional.
Mal asunto. Ese hombre era el típico “tercero” lleno de devoción, capaz de amar a Mariana con una entrega enfermiza.
Si llegaba a cruzarse con ella, ¿no se pondría de su lado para hundirla?
Sofía había visto demasiadas historias como esa.
Por eso, al reconocerlo, su primer impulso fue darse la vuelta y salir corriendo.
Pero sus piernas, todavía adoloridas, no le obedecían. Apenas había logrado bajar las escaleras del edificio, y subirlas de nuevo era un tormento imposible.
Resignada, bajó la cabeza con la esperanza de que él no la hubiera n