Al encontrarse con la mirada de Elías, Sofía se quedó inmóvil justo cuando estaba por salir.
—¿A dónde piensas ir? —preguntó él con voz plana.
—Rivera me buscó. Tengo que regresar un momento.
Elías, en lugar de responder a lo que ella decía, cuestionó:
—¿Y tu caligrafía? ¿Ya no vas a practicar?
—… Sí, pero…
—Practicar no es cosa de hacerlo un día sí y tres no. Si Alejandro viene a molestarte todos los días, ¿también vas a correr a verlo todos los días?
Ante el tono severo de Elías, Sofía bajó la cabeza y no se atrevió a replicar.
—Si quieres irte, vete —añadió él con frialdad—, pero no vuelvas a buscarme ni me pidas que te enseñe a escribir.
Su voz llevaba un filo helado.
Sofía entendió de inmediato que hablaba en serio.
Le había costado tanto esfuerzo lograr, la noche anterior, escribir con la mano izquierda un texto completo. No podía permitir que todo se echara a perder.
El ruido desde arriba llamó la atención de Leonardo, quien se acercó y, al ver el silencio entre los dos, frunció