Al ver que Alejandro ya había recibido la noticia, Sofía adoptó un aire de inocencia y dijo:
—Señor Rivera, no entiendo a qué te refieres con eso… ¿cómo voy a adivinar lo que piensa el gobierno? ¿Cómo podría saberlo de antemano?
—¿No lo sabías? ¿Y esto entonces? —Alejandro arrojó otro periódico frente a ella—. ¡En las afueras del sur de la ciudad salió un manantial! ¿También me vas a decir que no lo sabías?
—¿De verdad? —Sofía fingió sorpresa—. No puede ser… solo compré un terreno al azar, ¿y resulta que voy a hacerme rica?
—¡Sofía Valdés! —el rostro de Alejandro se volvió aún más sombrío.
Pero Sofía se recostó en la cama, imperturbable, sin moverse ni un ápice.
Finalmente, Alejandro habló con voz grave:
—Ese terreno lo tomará nuestra empresa. El contrato te llegará más tarde; solo tienes que firmarlo.
—Lo siento, pero no dije que aceptaría —respondió Sofía con indiferencia.
Al ver que ella no captaba la importancia del asunto, Alejandro se inclinó un poco y dijo:
—Seguramente sabes de