—Vaya, ¿entonces esta es la señorita Valdés? Con razón dicen que es tan bonita.
La mano grasienta de la reclusa se deslizó con descaro por el cuerpo de Sofía. Ese contacto viscoso le revolvió el estómago. Con gesto de asco apartó la mano de un manotazo.
—¡Aléjate de mí!
Apenas lo dijo, un bofetón resonó con violencia. La mejilla le ardió y el zumbido en los oídos le nubló la cabeza.
—¿Todavía crees que eres la gran heredera de los Valdés? ¡Bájate de la nube! Te metiste con la persona equivocada. Te van a hundir aquí adentro, y no vas a salir en toda tu vida.
Otra interna se acercó con cara de fiera.
—Será mejor que aceptes tu culpa de una vez. Te ahorras golpes y sufrimiento.
Sofía, en lugar de amedrentarse, soltó una carcajada tan fuerte que retumbó en la celda.
Las reclusas se miraron entre sí, desconcertadas.
Nunca habían visto a alguien reír después de recibir una golpiza.
—Ustedes no tienen futuro. Si me provocan… las que deberían tener miedo son ustedes.
Levantó la comisura de l