Vaya frase: "si eres inocente no deberías temer que te investiguen".
Sofía soltó una risa amarga.
Cómo había podido olvidarlo.
Alejandro siempre había sido así.
En su mundo solo cabía Mariana, y los demás no importaban, ni vivos ni muertos.
En la otra vida la había arrojado a manos de unos secuestradores, dejándola morir entre golpes y humillaciones.
En esta, la entregaba a la policía como si fuera basura.
Perfecto.
Sofía se levantó del suelo, presionando la herida que aún sangraba.
—De acuerdo. Iré a la comisaría a declarar, como quiere el señor Rivera. Pero si al final me declaran inocente… Alejandro, vas a tener que arrodillarte y pedirme perdón.
Apretando los dientes contra el dolor, salió de la casa hacia la patrulla.
Ya en el asiento trasero, el cuerpo parecía haber perdido toda sensibilidad.
El policía a su lado ni se molestó en mirar su brazo herido, y lo peor era que la mano vendada en la mañana ya no respondía.
Observando su reflejo lastimoso en la ventanilla, Sofía soltó un