—¿Eso significa que no hay trato?
—¿Tú qué crees?
Sofía ya sabía que Alejandro no cedería tan fácilmente. Su visita solo era una advertencia, un recordatorio de que todo tiene un límite. Hasta un perro acorralado muerde, y ella no era precisamente alguien fácil de manejar.
—Señor Rivera, ¿te interesa hacer una apuesta conmigo?
—¿Apuesta de qué?
—De que si sigues en mi contra, este año te irá de la patada.
—…
Sofía se puso de pie y caminó hacia la puerta, pero antes de salir, se detuvo y dijo:
—Por cierto, Señor Rivera, se me olvidó decirte que todavía no le conté a la abuela cómo me trataste. ¿Tú qué crees? Cuando se lo diga, ¿a quién crees que va a apoyar? ¿A ti o a mí?
—¡Sofía!
—Alejandro, el hecho de que no le haya mencionado a la abuela lo que le hiciste a mi familia ya es mi mayor muestra de buena voluntad. Deja de jugar a esos jueguitos infantiles. Yo jamás me voy a doblegar ante ti. Y créeme, este año te va a ir fatal.
—¡Tú…!
Sofía salió del cuarto de Alejandro sin darle oportun