Sofía entrecerró los ojos levemente, mientras la señora Rivera decía con frialdad:
—Tomás ya tiene diecinueve años, ¿no es así? ¿Cómo es que no puede controlar lo que sale de su boca? Me dijeron que anda por ahí presumiendo que será el cuñado de Alejandro, como si creyera que, si mete la pata, la familia Rivera va a salir a protegerlo.
—Abuela, yo me encargaré del asunto —respondió Alejandro con tono contenido.
—¿Y cómo piensas encargarte? —replicó ella, lanzándole una mirada aguda—. ¿Piensas romper el compromiso con los Valdés?
Apenas escuchó esas palabras, “romper el compromiso”, Sofía no pudo evitar que una sonrisa imperceptible se dibujara en la comisura de sus labios.
Ella había dejado que Tomás hiciera el ridículo a propósito, porque conocía demasiado bien el temperamento de la señora Rivera.
En su vida pasada, Tomás también se había desbocado en una fiesta y acabó provocando el descontento de los Salvatierra. Sofía, por protegerlo, fue quien tuvo que ir a disculparse una y otra