—¿Qué dijiste? —Lidia lo miró con incredulidad.
Jamás pensó que Tomás sería tan vil como para darle la vuelta a la historia. Su voz temblaba de ira—. ¡Tomás Valdés, eres un descarado!
Luisa, que siempre había sabido que su hijo gozaba de popularidad entre las chicas por esa cara bonita, asumía con naturalidad que Lidia también estaría interesada en él.
Se adelantó, tratando de poner calma con una sonrisa falsa.
—Señora Salvatierra, ¿por qué hacer un escándalo por cosas de muchachos? Mi hijo es un joven apuesto, y Lidia es una niña vivaz e inteligente. Es normal que a una señorita le dé pena confesar lo que siente. ¿No sería mejor dejar atrás este malentendido y fijar de una vez el compromiso entre ellos? Así, Lidia no tendría que seguir escondiendo sus sentimientos.
—¡Usted…! —la señora Salvatierra la miró como si acabara de oír la mayor aberración del mundo.
Nunca había visto a alguien con tanta desvergüenza.
En ese momento, Sofía y Luna llegaron desde el otro lado del salón.
—Señora