Sofía llegó pronto a la entrada del Grupo Rivera.
Los empleados que estaban afuera, al verla aparecer, se hicieron a un lado con rapidez, como si la presencia de Sofía fuera una amenaza que preferían evitar. La miraban con recelo, con esa mezcla de incomodidad y juicio que solo se reserva para quien ha roto las normas no escritas de un lugar.
Pero ella no les prestó atención. Mantuvo la cabeza en alto y atravesó la puerta principal, ignorando las miradas como quien pisa entre hojas secas.
Poco después, el secretario Javier salió apresurado desde las oficinas.
—Señorita Valdés —dijo con una sonrisa contenida, acercándose con prisa—, el señor Rivera está en una reunión ahora mismo. ¿Le parece esperar aquí un momento?
—¿Aquí? —preguntó Sofía, echando un vistazo a su alrededor.
Todas las miradas, sin excepción, se habían centrado en ella. Cada par de ojos parecía ansioso por presenciar una nueva humillación, como si esperaran que volviera a hacer el ridículo, como otras veces.
En esa empre