Las risas de Mónica y Silivia se congelaron en seco en cuanto escucharon la pregunta de Sofía.
Silivia, con aire altanero, alzó el mentón:
—¿Y tú con qué derecho nos acusas? ¿Tienes pruebas?
—¿Qué pruebas va a tener? —intervino Mónica, con tono venenoso—. Seguro está toda rabiosa y nos quiere culpar para desquitarse.
Y luego, como si las palabras le supieran dulce, añadió con sorna:
—Aunque, siendo honestas, las fotos no mienten. Eres la prometida del señor Rivera, ¿no? Y aún así te paseas con medio mundo colgada del brazo. Perdón, pero eso no es precisamente decente. Si no te da vergüenza andar así, no te quejes de lo que digan.
—Exacto —agregó Silivia con desdén—. Con esa ropa provocadora y creyéndote mucho por tener una cara bonita... Es lógico que la gente te critique. Te lo ganaste.
Las dos hablaban sin pausa, lanzando insultos con la seguridad de quien se sabe protegida.
Sofía, en vez de molestarse, soltó una risa baja.
Mónica frunció el ceño:
—¿De qué te ríes?
—De ustedes —respo