—No pasa nada, tú sólo dijiste la verdad —dijo Sofía con una sonrisa tranquila—. Yo nunca dije que estuviera enojada contigo.
—¡¿Cómo que no estás enojada, Sofi?! —saltó Luna, furiosa—. ¡Si hasta yo, que soy una simple espectadora, ya me di cuenta de las intenciones de Lola! ¿Cómo es que tú no?
Pero Sofía, mirando a Lola Hernández con calma, respondió:
—Lo que pasa es que sigues pensando las cosas demasiado simples. Si Alejandro llega a sospechar algo entre Elías y yo, y se molesta al punto de cancelar nuestro compromiso… dime, ¿tú crees que esa entrada privilegiada que tuviste a esta universidad va a seguir vigente?
Lola, que un segundo antes parecía todavía dolida, se quedó helada.
—Tú entraste aquí porque Alejandro me lo concedió, por mí. El día que terminemos, él dejará de tener cualquier obligación contigo.
Lola bajó la mirada, su cara empezó a tensarse.
—Y no olvides otra cosa —continuó Sofía, con voz firme pero sin elevarla—: aquí todas las estudiantes vienen de familias poderos