—Señor Rivera…
—¡Conduce!
—…Sí, señor.
El secretario no se atrevió a decir una palabra más.
Al detenerse frente al hotel, Alejandro bajó del auto casi al instante.
El personal del hotel, al verlo, se aproximó con cortesía.
—Señor Rivera, ¿en qué puedo ayudarle?
—¡Fuera!
La orden resonó como un balde de agua fría. Los empleados retrocedieron, sorprendidos.
Javier caminó a su lado con paso firme:
—La señorita está en el tercer piso, habitación 8302.
En el elevador, Alejandro comenzó a buscar el número en los botones. Frente a la puerta de la 8302, se detuvo. No entró de inmediato.
Javier extendió la llave, pero Alejandro se la arrebató. Pasaron varios segundos. Al final, respiró hondo y deslizó su tarjeta.
Se oyó el clic de la cerradura. La puerta se abrió.
Dentro, la habitación estaba impecable, como si nadie hubiera pasado por ahí.
—¿Dónde está? —preguntó, con el ceño fruncido.
Javier también parecía desconcertado:
—Estuve investigando… ¡Aquí debía estar!
—¡Revísalo todo! —ordenó Aleja