"Alexandra Morgan irradia una belleza que trasciende lo evidente. Morena de piel cálida, sus ojos marrones claros son como un atardecer que guarda secretos: profundos, intensos, capaces de desarmar con una sola mirada. Esa mirada —peligrosa, casi felina— no solo observa, sino que conquista.
Su elegancia no es solo una cuestión de estilo, sino de presencia. Se mueve con la gracia de quien sabe que no necesita alzar la voz para ser escuchada. Hay algo fino en su forma de ser, como si cada gesto suyo estuviera trazado con delicadeza y firmeza a la vez. Y su sonrisa… su sonrisa es un hechizo. No es solo bella, es magnética. Aparece con la misma suavidad con la que cae el rocío y, al hacerlo, transforma el ambiente, envolviendo a quien la ve en un instante de magia suspendida. Alexandra no solo es hermosa; es inolvidable" — Quien escribió todas esas barbaridades debe de estar enamorado de ella — Expuso Mikhail Baranov. Mikhail Baranov no camina por Moscú: la gobierna con el silencio de un imperio sin necesidad de coronas. Dueño de la ciudad desde las sombras, es el jefe indiscutible de una organización mafiosa que controla desde los clubs más exclusivos hasta los pasillos ocultos del poder político. En su presencia, hasta los hombres más duros miden sus palabras. Su elegancia es legendaria. Viste trajes italianos hechos a medida, siempre en tonos oscuros, con una sobriedad que impone. Nada en él es casual. Desde su reloj suizo de platino hasta los puños de su camisa que ocultan discretamente un tatuaje de la vieja prisión soviética. Su estilo es refinado, como un lobo vestido de diplomático. Tiene los ojos de un azul profundo. No parpadea más de lo necesario. Quienes lo miran fijamente aseguran que en su mirada hay algo más que frialdad: hay cálculo, hay historia… hay peligro. Una característica única lo distingue: su voz. Grave, pausada y perfectamente articulada, es capaz de calmar una tormenta o sembrar el pánico con una sola frase. Nadie la olvida. En las calles, se dice que cuando Baranov te llama por tu nombre completo, ya no eres dueño de tu destino. Nadie sabe exactamente cuántos enemigos ha enterrado ni cuántos favores le deben los que aún respiran. Solo una cosa es segura: en Moscú, no se mueve una hoja sin que Mikhail Baranov lo permita. — Es una de las Herederas del Poderoso Alessandro Morgan quien en su momento fue dueño de toda Inglaterra. — ¿Con quienes tiene nexo? ¿Quien le ha dado autorización para instalarse en Moscú? — Mikhail golpea la mesa. — Nexos políticos además su hermano está casado con Katherine Volkov, hija de alguien que fue un miembro importante de nuestro mundo aquí. — Conozco al viejo Volkov, se que Morgan había salvado a la niña Volkov de quedar en manos de un enemigo. — Otra Morgan esta casada con Dante Moretti, el Italiano más respetado, al igual que la más pequeña de las Morgan esta casada con Naven Fort. — ¿Fort? ¿Moretti? Vaya, las Herederas Morgan han elegido muy bien para cruzar su linaje. Pero Alexandra Morgan no tiene mi autorización para estar aquí — Vuelve a espetar Mikhail, golpeando por segunda vez la mesa. El silencio que siguió al golpe sobre la mesa fue denso, cargado de una furia contenida, el salón privado del Petrov Palace, sólo se oía el leve zumbido del reloj antiguo marcando los segundos. Mikhail Baranov no necesitaba levantar la voz para imponer terror. Bastaba con el movimiento de su mandíbula, tenso como acero bajo presión. —Nadie entra a Moscú sin mi permiso. Mucho menos… una mujer como ella y los líderes lo sabían — Aquellas palabras lo escupió como si fuera veneno. En la penumbra, Viktor, su más cercano lugarteniente, tragó saliva. — ¿Hace cuánto ha llegado me dijiste? —Se instaló hace dos semanas, jefe. Compró la mansión Orlova, la restauró en seis días, y ahora... ahora organiza una gala esta noche. Dicen que toda la élite rusa ha sido invitada. Y que ella... asistirá vestida de rojo. Mikhail entrecerró los ojos. —Rojo. Una palabra. Una amenaza. Un símbolo. En su mundo, una mujer que usaba el rojo era una advertencia. Una que desafiaba, seducía y declaraba guerra sin pronunciar una sola palabra. —¿Quién más ha sido invitado? —preguntó con la voz tan baja que hizo temblar al reloj. —Políticos, oligarcas, diplomáticos… incluso el Ministro de Defensa. Y... —Viktor dudó—. También Konstantin Fedorov. Mikhail giró lentamente su cabeza hacia él. El nombre de su mayor rival en Moscú. —Ah... entonces esto no es una visita. Es una conquista. El silencio volvió, esta vez más pesado — Pero que bajo ha caído Fedorov para tratar de encajar con una mujer para darme frente — Mikhail sonríe con burla.