A la mitad de mi siguiente rutina de ejercicios, Lobo comenzó a comportarse de manera extraña. Normalmente ya estaría dormido a esta hora, pero su pecho retumbaba contra el suelo al tumbarse boca abajo.
Rodé los ojos y volví al estéreo, bajando la música, pensando que quizás se quejaba por mantenerlo despierto.
Tan pronto como bajé la música... se levantó de un salto, con las orejas apuntadas hacia un ruido que debía oír afuera. Entonces se me ocurrió... que podía oír la carrera de la manada.
—Están corriendo, Lobo, simplemente ignóralos. —Lo tranquilicé con alegría mientras acariciaba la parte superior de su cabeza. Pero no me escuchó, comenzó a gruñir a la puerta... una pata delantera golpeándola para que la abriera.
Sabían que no debían venir tan lejos, mamá y papá se lo recordaban en cada carrera de la manada.
Apagué la música... mi sangre se enfriaba mientras los pelos de la nuca se me erizaban.
Alcancé mi pistola, desactivando el seguro... tomando una respiración profunda para ce