Era un entrenador de Alfas, no de perros.
—¿Dónde está Josi? —le preguntó Héctor a su primogénito, Javier.
—No lo sé, todavía en el hospital.
—Mejor que no esté ahí, le dije que volviera ya —respondió, y su aura espesa se desató en la habitación, mientras su habitual compostura se resquebrajaba. Era obvio que la hija le causaba más estrés que los varones. Y con la desaparición de Jorge y el problema subyacente de Javier... eso realmente decía algo.
—¡Héctor! —Carla alcanzó su brazo para calmarlo mientras lo seguía hacia la puerta principal.
—¡No ha dormido! —rugió mientras salía.
Todos nosotros suspiramos aliviados cuando se fue. Ni siquiera me había dado cuenta de que había estado conteniendo la respiración.
Observé a Carla mientras sacaba su teléfono del bolsillo, pulsaba un botón y se lo llevaba al oído.
—¿Alguna noticia? —preguntó Rosa entrando en ese momento, mientras se secaba las manos en un trapo de cocina.
—No, todavía nada. ¿Qué dijo él? —Sus ojos se dirigieron a Javier, con