Natasha se sentía distinta después de aquel encuentro. Estaba recostada sobre el pecho de Aleksi, y él, con calma, trazaba círculos sobre su espalda mientras sus ojos permanecían fijos en la luna que brillaba a través de la ventana. Dentro de sí, Aleksi percibía algo nuevo, una fuerza sobrenatural que lo invadía con intensidad. Natasha tenía ese efecto sobre él.
Se preguntaba en silencio por qué razón poseía ahora tanta energía, por qué se sentía más vivo que nunca. Era una sensación extraña, poderosa, como si una parte de su esencia hubiese despertado. Sabía que Natasha no era una mujer cualquiera; algo en ella era diferente, algo capaz de provocar en un lobo un poder que nunca antes había sentido. Bajó la cabeza, confundido, sin comprender de dónde provenía esa fuerza que lo recorría por dentro.
Volvió a mirarla. Natasha, con la piel aún sonrojada, lo observaba con timidez. Aleksi la colocó suavemente encima de él y con voz grave le preguntó:
—¿Estás cansada?
Ella, apenada, negó con