Habían llegado finalmente a la mansión después de aquella larga y agotadora fiesta para Natasha. Aleksi seguía con el ceño fruncido, molesto por lo sucedido horas antes. Natasha, en cambio, dormía profundamente en el asiento trasero, ajena a la tormenta que aún bullía en el interior de aquel hombre.
Luego de llegar a la mansión. Bajo de la limusina, cargo a Natasha con suma facilidad y se diría adentro, con un gesto autoritario, Aleksi dio instrucciones a sus sirvientes para que dejaran todo en orden. A Kattleya le indicó que se retirara a descansar. Ella asintió en silencio y se desvió hacia el bungalow que le servía de habitación.
Subió las escaleras de la mansión sin apartar la vista de su rostro dormido, como si cada rasgo de ella lo atrapara en un embrujo secreto. La depositó suavemente sobre la enorme cama de su habitación, y durante unos segundos simplemente la contempló.
El resplandor de la luna entraba por los ventanales, bañando la figura de la joven con una luz plateada. A