Capítulo 54. Parte 4
Diego:
Comienzo a manejar por las transitadas calles. Me paro en un semáforo cuando creo divisar a Ambra sentada en una vereda, sin creer verla con una botella en la mano. Ella está irreconocible, totalmente sucia y descuidada, lo que me hace recordar su belleza descomunal y la elegancia que le caracterizaba.
—¿No es Ambra? —me señala Antonella.
—Es ella... —digo cabizbajo, queriendo que las cosas fueran diferentes, que nuestra separación se diera con más armonía y no ver a la mujer que tanto amé, a la madre de mi hijo, en esas condiciones—. No puedo creerlo.
—Ni yo... —le escucho decir mientras observo cómo baja abruptamente del auto.
—¡An! ¿¡Dónde vas!? —grito desesperado, mientras el sonido de las bocinas de los coches me indica que el semáforo ha cambiado de color.
Logro estacionarme en una calle estrecha y, sin quitar mi mirada de la ubicación de Antonella, me dirijo hacia ella, viendo la imagen más desgarradora que creí ver jamás. Ambra, la mujer a la cual le di parte de mi vida