Mundo ficciónIniciar sesiónDiego:
«La he pasado bien esta noche, y no me olvido de que soy padre. ¿Por qué con ella no es igual?»
—Mi amor... —digo con suavidad, para no terminar arruinando todo, y hacerla entrar en razón—, no podemos olvidarnos de Marcus, porque es fruto de nuestro amor —aclaro, jugándome la última carta—, solo deseo que te des cuenta de que él no es un impedimento para ser feliz.
—¡Podríamos ser más felices si él no existiera! —exclama, mientras me pregunto qué pasará por su cabeza.
—¿¡Qué!? —cuestiono molesto—. ¿Cómo puedes decir eso? ¿Debo tomar a Marcus y hacerlo desaparecer para que seas feliz? —pregunto con evidente sarcasmo—. ¡Es TU hijo, por Dios!
—Lo lamento —dice de pronto, seguido de un hondo suspiro—. Prometo poner de mi parte para que seamos felices... los tres.
—¿Estás segura?
—Estoy segura, te amo demasiado y no me puedo permitir perderte —Me quedo mirando sus ojos, con el deseo de haber escuchado una respuesta distinta, y que su cambio no esté sujeto a que si me pierde o no. Sin embargo, tomo el vaso medio lleno, y sigo con mi tarea de que se dé cuenta de que podremos ser felices los tres, y por fin, ver el rostro de mi hijo contento.
—Mañana Marcus tendrá su primer día de clases, yo iré a dejarlo, y luego tú lo recoges a la una, ¿te parece?
—Me parece bien, y prometo ser puntual —responde con entusiasmo, para luego sellar la promesa con un suave beso, haciéndome sonreír.
—Ya es hora de irnos, recuerda que debo levantarme temprano mañana.
A pesar de no haber dormido prácticamente nada, me levanto con entusiasmo; hoy es un día muy especial, Marcus entra a una escuela nueva, y Ambra hará su labor de madre como corresponde. Solo espero que todo salga bien.
Me doy una ducha rápida y voy hacia el cuarto de mi hijo, donde lo despierto con ternura, para que asimile el proceso que está viviendo.
—¡Buenos días! Es hora de despertar —susurro en su oído.
—Ya estoy despierto, papá —dice abriendo sus ojitos, para mirarme asustado.
—¿Desde cuándo estás despierto? —pregunto preocupado.
—Desde hace un buen rato, no puedo dormir, estoy nervioso —confiesa, y no puedo más que sentir ternura.
—Tranquilo, todo saldrá bien —lo aliento, mientras le doy un abrazo acogedor—. ¡Adivina quién irá por ti al colegio!
—¿Mamá? —pregunta ilusionado.
—¡Sí! —exclamo—. Yo te dejaré allá y mamá irá por ti más tarde. ¿Qué te parece?
—¡Sí! ¡Mamá irá por mí! —grita emocionado, mientras le hago gestos para que haga silencio.
—¡Ahora a levantarse, que se nos hace tarde! —animo—. No querrás llegar atrasado a tu primer día, ¿verdad?
Nos vamos de camino al colegio, le digo que se porte bien, y cualquier inconveniente le diga a su maestra. Le doy la seguridad de que hará amigos, porque estoy seguro de que así será. Una vez que llegamos al establecimiento, lo dejo con la directora para que lo presente en su salón, le doy un abrazo apretado y me despido; miro hacia atrás creyendo que me pedirá que lo lleve conmigo, sin embargo, hace un gesto con la mano despidiéndose de mí.
La semana pasa rápido; Marcus está feliz con la clase que le ha tocado, habla maravillas de sus compañeros, especialmente de la maestra, y solo desea que la conozca. Ambra ha ido por Marcus todos los días, solo espero que siga así; pues he pensado en preparar algo especial para el fin de semana, tal vez salir a la playa, y para eso ya he hablado con Roberta y está dispuesta a quedarse con el pequeño. Ella dice que es la operación "salvar matrimonio", que está para apoyarme y poder ver a su querido jefe feliz. Ni nombra a Ambra; la pobre se ha ganado el disgusto de todos.
Decido ir a casa para almorzar, y así estar más presente, y luego volver a la consulta y atender a los pacientes de la tarde. Camino hacia el ascensor y me encuentro con mi padre. A pesar de trabajar prácticamente juntos, jamás nos vemos.
—Hola, hijo, ¿qué tal está Marcus? No lo has llevado a casa —reprocha. Hago una mueca, no puedo decirle que a Ambra no le gusta ir para allá, o mi padre sería un enemigo más para ella.
—Lo siento, papá, Marcus está yendo a otro colegio, está en adaptación, tal vez el otro fin de semana lo llevaré.
—¿Y este fin de semana? —pregunta.
—Lamento decir que tampoco se podrá. Este fin de semana iremos a la casa de la playa —me disculpo—. Prometo llevarlo el siguiente fin de semana, ¿te parece?
—Estaré esperando a mi nieto —dice sonriendo.
—Debo irme, quiero darle una sorpresa a Ambra y a Marcus. Dale mis saludos a Ágata —digo, a pesar de que, gracias a ella, que es mi madrastra, fui un niño solitario que se refugió en los acordes de una guitarra.
Llego a casa y, extrañamente, Ambra y Marcus no están por ningún lado, por lo que me dirijo hacia la cocina para preguntar por ellos. Roberta me indica que están en la piscina, lo que me ilusiona al darme cuenta de que su relación se está estrechando.
Me voy de prisa hacia el jardín, donde diviso a Marcus sentado frente a su madre, que está tomando el sol. Marcus empieza a vaciar crema en sus manos. Me quedo mirando, pero la sorpresa que me llevo no me gusta para nada.
—Mamá, la maestra dice que no vuelvas a llegar tarde. No puede quedarse a esperar.
—¡Ay, niño! ¡Qué molesta es tu maestra! Si quieres que no llegue tarde, masajea mis pies.
Frunzo el ceño, sintiéndome estafado, creyendo que Ambra realmente estaba cambiando con Marcus.
—¡Papá! ¡Papá! —grita Marcus al verme, corriendo hacia mis brazos.
Con todo el amor que siento hacia mi hijo, lo tomo entre mis brazos, y empiezo a caminar hacia donde Ambra sigue tomando el sol.
—¿Y esta sorpresa, amor? —pregunta Ambra, mientras pienso que la sorpresa me la he llevado yo.
—Vine a almorzar con ustedes —respondo, sin demostrar que he escuchado su conversación.
—Gracias por acordarte de mí —dice levantándose de la tumbona, mostrando su cuerpo espectacular a través de su diminuto bikini.







