Silencios peligrosos (3era. Parte)
La misma noche
Málaga
Ramiro
Jugué mis cartas para acorralar al cabrón de Iván, pero, como era de esperarse, se dio el lujo de restregarme en la cara que debía charlar con su maldito abogado, como si la orden del juez no fuera legal. Su puta forma de ganar tiempo, de dilatar lo inevitable o quizás buscar la manera de anular mi solicitud. La rabia me recorría el cuerpo y me ardían de ganas de romper algo. Más me hirió cuando afirmó que yo era un cero a la izquierda en mi propia empresa, con el cuento de que Camila era quien mandaba. Las entrañas se me revolvieron; los ojos se me crispaban de furia contenida y, forzado, dejé su oficina.
A todo esto, cada día todo iba fatal: exigiendo reportes, llamadas al diputado Cuesta, porque necesitaba resolver el tema de los desvíos de dinero antes de que Camila encontrara un cabo suelto. En medio de mi impaciencia, apareció Juliana en la puerta, como quien entra sin pedir permiso y trae problemas envueltos en noticias.
—No me des excusas Olga, enc