La caja de Pandora (2da. Parte)
Málaga
El mismo día
Ramiro
Sabía que no podía permanecer de brazos cruzados ante la desaparición del bastardo de Iván; por encima de todo debía primar la frialdad y la sensatez, para no echarme la soga al cuello en mi afán de asegurar mis espaldas. Juliana me había planteado dos alternativas —tal vez atinadas, tal vez peligrosas— y era hora de decidir. Mi voz cortó el aire con la calma de quien maneja el hilo del que cuelgan otros.
—Juliana, hazlo: manda a vigilar a Camila para saber si sigue vivo el cabrón de Iván. Pero diles a los inútiles de tus hombres que no cometan errores… —di unos pasos por la oficina y continué—. También busca a un imbécil a quien incriminar por su muerte.
Ella me miró, perfilando la objeción; la comisura de sus labios se tensó.
—No será fácil arreglarlo, necesito fabricar pruebas, sobornar a unos cuantos testigos. Será mucho dinero. ¿De qué cuenta lo sacamos?
La rabia me trepó por el cuello; le lancé una mirada fulminante.
—Tal vez de la tuya. Porque esto fu