Han pasado un par de semanas. Dos semanas que, aunque objetivamente cortas, se sienten como meses condensados. Mi vida se ha convertido en una lista de pendientes, de pinceles, marcos, correos y plazos que parecen multiplicarse. He dormido poco y comido menos, pero cada vez que entro a ese pequeño estudio que ahora llamo “mi espacio de trabajo”, siento que, de algún modo, estoy en el camino correcto.
La inauguración de la exposición en la galería Rivington está a solo un día, y todavía me cuesta creerlo. He pasado las últimas noches entre lienzos, telas y tubos de pintura, debatiéndome entre la emoción y el miedo, entre la idea de ser suficiente y la voz interna que me dice que no lo soy. El espacio asignado es de cinco cuadros. Tres ya están definidos desde el principio, pero los otros dos me han robado horas de sueño porque ninguno de los que ya tengo me ha convencido. Es curioso cómo algo tan personal, tan mío, puede volverse tan público y vulnerable de repente.
Esta tarde decidí d