Todavía no puedo creer que esté aquí.
El edificio de la galería Rivington se alza frente a mí como un bloque de vidrio impecable, reflejando el cielo pálido de la tarde y los pasos apresurados de la gente que pasa sin mirar. Camino hasta la entrada con las manos frías, el corazón dando pequeños saltos desordenados dentro del pecho. En el reflejo del ventanal alcanzo a ver mi propia figura. El cabello recogido en una coleta alta, la chaqueta de lino clara, los vaqueros negros. No estoy arreglada como para un evento, pero tampoco me siento fuera de lugar. Estoy exactamente como soy.
Respiro hondo antes de empujar la puerta de cristal.
El aire del interior huele a pintura, a madera pulida y a café recién hecho. Siempre tiene ese aroma, como si el arte se mezclara con el ruido sutil de las conversaciones. Mis pasos suenan suaves sobre el piso de concreto pulido mientras me acerco al mostrador de recepción.
Una asistente con gafas me sonríe y me dice que Mindy Hendrix me espera en su ofici