El sonido de mis tacones resuena en el mármol pulido del pasillo, como si cada paso fuese un anuncio, un recordatorio de que estoy allí para algo que, de alguna manera, puedo cambiarlo todo. El edificio impone respeto. Altos ventanales que dejaban entrar la luz de la mañana, columnas revestidas de piedra gris, y un aire de lujo contenido que gritaba poder sin necesidad de ostentaciones innecesarias. Es, en esencia, el mismo lenguaje que habla BlackTech, el imperio de Alexander, aunque aquí el pulso es distinto. Más agresivo y más inclinado hacia los negocios que al arte de las apariencias.
Me he esmerado para sentirme a la altura. No tanto para impresionar al señor Smith, sino para estar en paz conmigo misma. Un conjunto de pantalón y chaqueta, blanco, que cae perfectamente sobre mi silueta, los tacones medianos que me regalan unos centímetros adicionales sin arriesgarme a tropezar —la idea de hacerlo frente a él es casi un terror recurrente— y el cabello recogido en una coleta alta q