CAPÍTULO 45

Todavía sentía el calor del agua en mi piel, como si la ducha hubiera dejado un velo invisible que se niega a evaporarse. La toalla se desliza entre mis hombros y mis brazos con suavidad, y mientras me visto lentamente, no puedo dejar de pensar en lo que acababa de ocurrir. Hay algo extraño en la manera en que mi cuerpo recuerda cada roce, cada instante; no necesito palabras ni reproches, porque lo hecho, hecho está. Y, como siempre que sucede, la verdad es innegable.

Me inclino frente al espejo del baño, paso la toalla por mi cabello húmedo y observo cómo algunos mechones rebeldes se pegan a mi frente. Suspiro porque no hay nada que recriminarme. Tal vez sí preguntas sin respuesta, pero no culpas. La vida me ha enseñado que a veces lo mejor que puedes hacer es aceptar lo ocurrido y sacar de ello lo que vale la pena.

Mientras enciendo el secador y hago lo mejor con mi cabello, un pensamiento me cruza de pronto. Algo que quiero preguntarle a Alexander. Algo que ha estado revoloteando e
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