POV ALEXANDER.
Nunca he sentido el tiempo volverse tan espeso, tan enemigo, como en el instante en que llevo a Nicole fuera de la casa de los Kara. Su cuerpo se siente flojo, débil, como si todo el aire se le está escapado de golpe. Abro la puerta de la limusina con brusquedad sin tiempo a que mi conductor lo haga. El golpe seco resuena en el aire y grito al conductor con una voz que apenas reconozco como mía.
—¡Al hospital! ¡Ya! ¡Lo más rápido posible!
A mi lado, Nicole se reclina hacia mí y noto el temblor en sus labios. La respiración le sale entrecortada, como si cada inhalación fuera una guerra perdida. Yo, que siempre he tenido control, sobre todo, me descubro con las manos sudando, apretando su hombro como si con la fuerza de mis dedos pudiera anclarla al mundo de la conciencia.
—Resiste, Nicole… Ya estamos en camino —le susurro, aunque no estoy seguro de que puede escucharme.
El motor ruge, y la ciudad pasa ante mis ojos como un borrón de luces y sombras. El camino se hace ete