- ¿Vivir aquí? - Anya me miró de pies a cabeza. - ¡Tienes que estar de broma!
- ¡Tío Daltro! - Grité, metiendo la cabeza entre la puerta.
- Él... ¡Él no vive aquí, niña!
- ¡Tío Daltro! - Insistí. - Necesito que saques mis maletas del coche.
- Tienes que... ¡Estás loco! - continuó, confusa.
La empujé y entré, sin invitación. El gato grande me siguió y, en cuanto vio a un perro en el pasillo, corrió tras él, llevando la correa por el suelo, que enganchó a la mesita que había junto a la pared, volcándola con todo lo que tenía encima: basura. Oí caer los objetos por toda la casa, pero no me importó.
Me senté y me crucé de brazos, apoyando la cabeza en el respaldo del sofá y suspirando:
- ¿Siempre hace tanto ca