EPILOGO

Theo abrió la puerta y me ayudó a salir del coche. Me pesaba el estómago y me cansaba con facilidad.

El coche de Heitor se detuvo detrás del nuestro y él y Bárbara salieron a nuestro encuentro.

Caminamos todos juntos hasta la lápida de Salma Hernández, entre las muchas que ocupaban el césped verde y bien cuidado. Theo me cogió la mano cariñosamente.

- Hola, colega. - dijo Babi con una lágrima en la voz-. He traído a alguien que tenía muchas ganas de hacer algo por ti.

Respiré hondo, inseguro de si estaba emocionado o no. Aunque me entristecía la situación de Salma, no me atrevía a sentir algo por ella.

- ¿Está mal que no pueda pensar en ella como en mi madre? - Miré insegura a Bárbara.

- No, mi amor. No está mal.

Miré su nombre en la lápida y conseguí decirlo:

- No sé si puedo creer que me estés escuchando, Salma. Pero me gustaría que tus diarios acabaran aquí, contigo. Por fin es hora de deshacerse de ellos. Gracias por escribir tu historia. Nos aclaró muchas cosas. ¿Pero quizás te f
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