4. La Villa

Todo le quedaba realmente grande. El cuerpo de Andara era pequeño debido a su edad y comparado con la complexión de los seres que habitaban esa tierra mágica. Vivienne era bastante más alta que Andara y su cuerpo, aunque fino y elegante, era más grueso. El vestido que se puso le quedaba holgado de todos lados. Al verla, la loba se rascó la cabeza pensando en cómo podría ayudar a que calzara mejor, por lo que tomó un cordel de rafia que colgaba en una esquina de la casa y se lo ató a la cintura sobre el vestido. Acomodó la tela lo mejor que pudo y llevó a Andara a un espejo grande para que se viera. No podía creer que ese reflejo era ella. Con el hermoso peinado que le había hecho Vivienne, parecía una ninfa. Un ser hermoso y mágico y no pudo evitar el deseo de tener magia o de ser mágica como todos ahí. Su medallón resplandeció a la luz del sol de la ventana y ella recordó el significado de su nombre. Por un momento, al contemplarse en el espejo, se sintió especial. Única. Diferente.

- Ya que estás aseada y arreglada, podemos ir a comer. El Alfa me pidió que cuidara muy bien de ti, así que si necesitas cualquier cosa, dime por favor. Te ayudaré con gusto.

- Muchas gracias, señorita Vivienne. Es tan amable como hermosa.

Vivienne se sonrojó viéndose aún más bella y sus ojos destellaron más verdes. Andara pensó que ella era la imagen perfecta de un hada madrina.

-Por favor, solo dime Vivi. 

- Por supuesto, Vivi. Gracias de nuevo.

Mientras hablaban, el estómago de Andara rugió muy fuerte. Vivienne se echó a reír al ver la cara de espanto y vergüenza de Andara. La calmó acariciando su hombro pequeño.

-Vamos, no esperemos más. Tu estómago está protestando.

Se pusieron de pie, Andara calzó unos zapatos que ella le trajo y salieron de la cabaña del brujo.

Afuera, el cielo estaba completamente despejado, un sol brillante acariciaba su piel y teñía de dorado sus cabellos. Su medallón brillaba tanto como ella, como si fuera un espejo del sol. Caminaron entre la gente de la villa, que miraba con mucha curiosidad a esa pequeña humana. Todos allí se veían corpulentos y atléticos, incluso los más pequeños daban la impresión de ser fuertes y ágiles. Andara se sintió pequeña e insignificante. Al ver a su protectora a su lado, se hizo consciente de su pequeña complexión. Aun así, no tuvo miedo. No se sintió como un animal de caza. Estaba disfrutando de la hermosa belleza del lugar.

Pronto llegaron a una casa más grande que las demás, con una puerta más alta y más ancha que las que había visto por el camino. Tenía una argolla colgando con el símbolo de una cabeza de lobo de perfil, al parecer echa de oro. Vivienne la tomó con sus largos dedos de uñas puntiagudas y golpeó tres veces fuertemente. La puerta se abrió para ellas de par en par.

Lo primero que notó Andara fue la escalera que bajaba hacia un nivel subterráneo. La casa estaba construida hacia abajo, no hacia arriba como es habitual. Fue algo curioso de ver. 

- ¿De quién es esta casa, Vivi?

-Es del Alfa, el lobo que te trajo hasta acá.

- ¿Alfa es su nombre o ...

-No. Es su lugar entre nosotros. Su nombre es algo que sólo él te puede permitir pronunciar. 

Andara sintió algo de temor al escuchar esa advertencia, un nombre con poder o con autoridad, tanta que necesita el permiso de su dueño para ser pronunciado, era de temer. Recordó la manera tan salvaje en que el lobo redujo a los hombres que querían venderla, recordó esa mandíbula chorreada de sangre y sintió un escalofrío que recorrió su espalda.

Vivienne olisqueó el aire de pronto, moviendo sus fosas nasales y miró directamente a Andara.

-No tengas miedo, el Alfa no te trajo hasta aquí para matarte. No suele jugar con su comida.

Andara la miró con ojos muy abiertos y horrorizados y Vivienne no pudo evitar soltar una risotada. 

-Es broma, tranquila. El mismo Alfa me pidió que te trajera a desayunar con él. Seguro se va a presentar y se van a llevar bien...

- ¿Y qué te hace estar tan segura de eso, Vivienne?

Un robusto hombre de pelo largo y blanco como la nieve recién caída emergió de la escalera desde el piso de abajo, vestido todo de un azul casi morado, con una bata de seda negra abierta que lo cubría hasta sus botas negras de cuero. Andara quedó impactada por ese semblante masculino que parecía moverse con tanta gracia como ferocidad a cada paso que se le acercaba. Su cabello estaba suelto y caía libre por su espalda hasta su cintura y contrastaba maravillosamente con el negro de sus ojos profundos. Andara sintió que la misma muerte vivía en ellos y que era mejor irse con cuidado y mostrar respeto a su salvador.

Vivienne hizo una reverencia con la cabeza hacia el Alfa.

- Supongo que la salvaste porque encontraste alguna gracia en ella, así que estoy segura de que se llevarán bien.

Se giró hacia Andara para calmarla con una sonrisa.

El Alfa se acercó lentamente a Andara, mirándola de pies a cabeza. Ella le llegaba apenas al inicio del pecho, se quedó muy quieta y evitó el contacto con los ojos. Bajó su cabeza para mostrar respeto y esperó. El Alfa al tenerla a un paso frente a él, alargó una mano y tomó el medallón con curiosidad. Lo vio por ambos lados y lo soltó delicadamente sobre el pecho de Andara, rozando con una garra un poco de su piel. 

Andara sintió como si un rayo le pegara en el pecho, justo donde ese mínimo contacto entre ambos se había dado. Pero no se movió ni habló. Sin embargo, su piel sí lo hizo, erizándose. El Alfa sonrió de lado y avanzó unos pasos hacia atrás para generar espacio entre ambos.

-Vamos a comer, humana. Tu estómago está muy molesto.

Andara volteó a ver a Vivienne a los ojos, para seguirla. Pero ella le hizo el gesto de que caminara detrás del Alfa. Sintió temor de ir sola con ese enorme hombre, pero pensó en las palabras de Vivi hace poco. Algo debía de causarle a él para que quisiera rescatarla y traerla hasta aquí. Su hogar. Su curiosidad se encendió, sin embargo, la apagó lo más que pudo para no hacer o decir una tontería. Caminó tras ese corpulento ser, sintiendo el aroma a tierra húmeda y café que desprendía todo él. 

Llegaron a una sala en donde estaba servida la mesa para dos. Había allí muchas cosas deliciosas, pastelillos, pan, fruta y carne también. Unas bellas tazas y platos hechas de barro, pero muy bien terminadas decoraban la mesa. El Alfa miró el rostro sorprendido de Andara y no pudo evitar soltar una carcajada cuando se oyó el gruñido del estómago de la chica. 

-Acércate, come lo que quieras. No sabía qué comerías exactamente, así que traje de todo un poco. 

Andara sin mirarlo a los ojos, le regaló una sonrisa de agradecimiento y se acercó a comer. El Alfa tomó una de las tazas y vació café recién hecho en ella. Le dio una profunda olisqueada y bebió. Andara tenía tanta hambre que se atiborró la boca de panecillos y cuando parecía una ardilla guardando bellotas en su boca, se sintió avergonzada y se ruborizó. El Alfa, que la miraba sin piedad desde que se encontraron, se echó a reír, lo que avergonzó más a la chica que masticó rápidamente para tragar. Tomó un poco de jugo de frutas de una taza que había allí y logró desocupar su boca. El Alfa, sonriendo, se le acercó sin que ella pudiera evitarlo y le limpió con su pulgar la comisura de la boca que estaba cubierta de glaseado dulce. Y sin pensarlo dos veces, se llevó ese dedo a su boca y lo lamió. 

Andara volvió a sentir ese rayo que le caía encima, esta vez, justo en el lugar en donde la había tocado el Alfa. "¿Será que a todos les pasa esto con él?"

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