Pasé buena parte de la tarde preparándome junto a Mel. Ella estaba más emocionada que yo, supervisando cada detalle, desde el vestido hasta el peinado, como si se tratara de su propia fiesta. Yo trataba de mantener la calma, pero sabía que esta noche sería decisiva en muchos sentidos.
—No puedes negar que estás nerviosa —me dijo, mientras me acomodaba un mechón suelto—. Pero créeme, después de esta noche nadie podrá volver a menospreciarte.
—Eso espero, Mel —respondí con una sonrisa ligera—. Esta vez tengo que estar a la altura.
Ella me observó de arriba abajo y sonrió con orgullo.
—Aurora Harper… te juro que Alexander King no sabrá qué hacer cuando te vea bajar esas escaleras.
Y tenía razón. Cuando descendí, Alexander me esperaba con ese porte imponente que nunca perdía. Su mirada me recorrió con una mezcla de sorpresa y admiración que lo traicionó por completo.
—Estás impresionante —dijo con voz baja, casi como un secreto.
Acepté su brazo y juntos nos dirigimos al elegante coche que