Presa del pánico
El silencio en la mansión King me estaba asfixiando. No podía dejar de dar vueltas por la sala, mis manos estaban heladas, mi respiración entrecortada. Alexander intentaba tranquilizarme, pero mi mente no dejaba de repetirme una y otra vez que Karoline era capaz de cualquier cosa con tal de hacerme daño.

Mientras yo me debatía con mis pensamientos, en otro punto de la ciudad, Karoline estacionaba su lujoso automóvil frente a un almacén abandonado. descendió Dell coche con el ceño fruncido, sujetando con fuerza la urna contra su pecho, como si con ello pudiera proteger lo poco que le quedaba de poder. La entrada estaba custodiada por dos hombres corpulentos que la obligaron a seguirlos. El lugar olía a polvo y óxido, las paredes húmedas parecían haber presenciado demasiados secretos. Karoline trató de imponerse con esa altivez que siempre la acompañaba, pero sus ojos la delataban: estaba aterrada.

—Aquí está lo que vinieron a buscar —escupió con rabia contenida—. Pero no entregaré nada
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