Alexander se levantó muy temprano. Le había prometido a Max llevarlo a montar, y los compromisos con su hijo eran sagrados para él. Yo también me desperté a esa hora, con la intención de encargarme personalmente de todo lo necesario para el día de campo.
Me puse un camisón ligero y salí de la habitación con cuidado. Era tan temprano que el silencio dominaba la casa; los empleados aún no se habían levantado. Caminé hacia la cocina con la idea de preparar la canasta y las provisiones, pero al entrar, mis ojos se cruzaron con los de Alexander. No esperaba verlo allí, y su mirada me dejó inmóvil por unos segundos.
Me observaba con intensidad, con un deseo apenas contenido.
—Buenos días —saludó, modulando la voz con un autocontrol evidente.
—Buenos días —respondí, intentando sonar tranquila—. No sabía que ya te habías levantado. Quise venir a la cocina para prepararlo todo para el día de campo.
—No tienes que hacer eso, Aurora. El personal puede encargarse.
—¿Qué dices? Para mí no signific