Aurora entró en la tienda de bebés, la alegría por el embarazo de Mel todavía cálida en su pecho. Se dirigió al pasillo de juguetes, con la intención de elegir algo especial, pero una mujer de aspecto delicado, vestida de manera casual y con el rostro contraído en un gesto de malestar, se acercó a ella.
—Disculpe —dijo la mujer, tocándose el vientre con una mano—. Me siento muy mareada. ¿Podría ayudarme?
Aurora, recordando la experiencia reciente de Mel, sintió una inmediata compasión.
—Por supuesto. ¿Está usted bien? —preguntó Aurora, acercándose.
—No sé. Creo que es el embarazo —respondió la mujer, con voz baja—. Necesito ir al baño urgentemente, pero temo caerme.
—Venga, yo la acompaño —ofreció Aurora, apoyando suavemente el brazo de la mujer. Su instinto protector se había activado debido a su naturaleza llena de bondad.
Mientras se dirigían a la zona de sanitarios, los guardaespaldas de Aurora se quedaron prudentemente a la entrada de la tienda. Una vez que estuvieron dentro de