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Mijail empuja al castaño, mira con odio a su primo. De pronto él piensa lo mismo que yo, no fue el momento para soltar aquella confesión.
—Yo... estoy maldita ¿verdad? —digo derrotada, me duele tanto el pecho.
—¡No lo estás! ¡deja de decir eso! —Mijail me abraza y siento que mi