**LEONARDO**Desde el momento en que pisé Los Ángeles, supe que esta vez no iba a cometer los mismos errores del pasado. Miré el contrato frente a mí, deslizando los dedos por la firma de Andrea Rojas. Su caligrafía elegante, decidida, reflejaba perfectamente la mujer en la que se había convertido.—Otra vez estoy cerca de ella —murmuro para mí mismo, apoyándome en el respaldo de la silla mientras observo la ciudad a través del ventanal de mi departamento—. Pero esta vez, no dejare que te alejes.La emoción recorrió mi cuerpo cuando ella acepto este proyecto. Un orfanato, nada menos. Algo que representaba tanto para mí como lo será para ella, aunque aún no lo sepa. Pero junto con la emoción, también siento rabia. Rabia hacia mí mismo. Porque mientras yo me quede callado en el pasado, Santiago Benavides tuvo la oportunidad de casarse con ella.Esta noche, mientras la buscaba entre la multitud, intente convencerme de que lo que sentía por ella no debía interferir con nuestros negocios,
Desde el momento en que ella se volvió a sentar en la mesa, pude notar el peso de la preocupación en los hombros de Andrea. Su expresión, generalmente resuelta y firme, ahora estaba ensombrecida por la incertidumbre. Sabía lo importante que era este proyecto para ella, y ver su determinación tambalear por un problema burocrático me llenaba de frustración.—Andrea, vamos a calmarnos —dije con suavidad, deteniéndome frente a ella y mirándola directamente a los ojos—. Sé que esto es importante para ti. Para los dos. Y por eso mismo, tenemos que encontrar la manera de solucionarlo.Ella suspiró profundamente, como si intentara contener la marea de emociones que amenazaban con desbordarse. Se cruzó de brazos y bajó la mirada al suelo, un gesto inusual en ella, siempre tan altiva y segura.—No entiendo cómo pudo pasar esto —murmuró con frustración—. Revisé cada documento, cada permiso. Todo estaba en regla.—Entonces, investiguemos —propuse con determinación—. Vamos a la oficina de urbanism
**SANTIAGO**La migraña era un martilleo constante en mis sienes. Me recosté en la silla de mi oficina, intentando encontrar algo de alivio, pero el cansancio y la falta de sueño solo hacían que mi mente se tornara más caótica.Andrea. Su imagen, su olor, el sabor de sus labios... todo se repetía en mi cabeza una y otra vez, como un castigo inevitable. ¿Cómo había llegado a este punto? Mi razón me decía que no podía permitir que me afectara, pero la otra parte se aferraba a la sensación que me había dejado ese beso.Mis ojos se cerraron un instante, hasta que la puerta de la oficina se abrió.—Señor Benavides, disculpe que lo interrumpa, pero vengo a coordinar sobre su divorcio.Mi abogado. Su presencia era lo último que esperaba en ese momento. Mi ceño se frunció de inmediato.—¿Quién te envió? —pregunté con un tono más cortante de lo que pretendía.Antes de que pudiera responder, otra voz, más firme y familiar, se hizo presente.—Yo lo traje.Mi abuela. Entró con su bastón en mano,
**ANDREA**La impotencia me consumía. Aún sentía la rabia ardiendo en mi pecho después de la pelea con Santiago. Sus palabras resonaban en mi cabeza, clavándose como cuchillas en cada rincón de mi mente. La frustración se mezclaba con el dolor, y aunque intentaba convencerme de que había hecho lo correcto al echarlo de mi departamento, una parte de mí seguía temblando.Me dejé caer en el suelo de la sala, con las piernas recogidas contra mi pecho. Respiré hondo, intentando calmar el torbellino de emociones que me dominaba. No podía permitir que Santiago siguiera afectándome así. No después de todo lo que había hecho.Justo en ese momento, el timbre de la puerta sonó con insistencia.Me puse de pie de un salto, con el corazón martilleando en mi pecho. ¿Era él otra vez? Camine con pasos firmes hacia la puerta, lista para terminar de una vez con cualquier intento suyo de seguir interfiriendo en mi vida.Abrí bruscamente.—¡Ya te dije que te largues, Santiago! —solté sin pensar.Pero no e
Unos destellos cegadores me volvieron a la realidad. Los flashes de las cámaras explotaban a mi alrededor, transformando la alcaldía en un espectáculo caótico de luces y sombras. Cada destello era un latigazo de la realidad, un recordatorio brutal de que mi vida privada ya no me pertenecía. El murmullo crecía, convirtiéndose en un zumbido ensordecedor mientras las preguntas llovían sobre mí como una tormenta implacable.Mi nombre, el de Santiago, la palabra esposa, todo flotaba en el aire como una sentencia inapelable. Quise moverme, retroceder, hacerme invisible, pero mi cuerpo no me respondería.Entonces sentí una mano firme aferrarse a mi brazo. Un tirón me sacó del estupor y me obligó a reaccionar. Santiago. Su presencia me envolvió en un instante, su agarre transmitía una urgencia innegable, una necesidad instintiva de protegerme, aunque ni él mismo pareciera consciente de ello.Me atrajo contra su pecho en un gesto automático, como si aún le importara, como si el vínculo invisib
**SANTIAGO**El reflejo azul del celular parpadeaba en la penumbra del estudio, iluminando con intermitencia la superficie de madera del escritorio. No necesitaba ver la pantalla para saber de qué se trataba. Desde hacía horas, mi nombre era tendencia en redes sociales.Los titulares eran un golpe certero, uno tras otro, con frases calculadas para hundirme. «Santiago Benavides humilla a su esposa en público». «El millonario que trató a su mujer como un estorbo». «Andrea Rojas, la víctima de un matrimonio invisible».Apreté la mandíbula, sintiendo cómo la rabia se mezclaba con un desasosiego sofocante. No me importaba lo que dijeran de mí. Ya estaba acostumbrado a las críticas, a la presión mediática, a los rumores que siempre terminaban por esfumarse. Pero lo que estaban haciendo con Andrea... eso era otra cosa.Los comentarios, llenos de odio, hablaban de ella con lástima, con morbo, como si fuera una mujer débil, como si no fuera la misma Andrea que había construido su propio imperi
**LEONARDO**El licor ardía en mi garganta, pero ni siquiera eso lograba calmar el torbellino de pensamientos que me consumían. Giré el vaso en mis manos, observando el remolino ámbar del whisky como si en él pudiera encontrar respuestas, aunque sabía que ninguna vendría de ahí.El bar estaba casi vacío. Apenas un par de almas errantes ocupaban las mesas más apartadas, cada una sumida en su propio infierno personal. La tenue melodía de jazz que flotaba en el aire y el murmullo lejano de la televisión encendida sobre la barra eran el acompañamiento perfecto para alguien que solo quería perderse en su propia miseria.—Bien hecho, Montenegro —murmuré con amargura antes de darle otro trago al whisky, sintiendo cómo el ardor descendía hasta mi estómago.Andrea de seguro me odia. ¿Cómo no hacerlo? Todo explotó de la peor manera posible, con la prensa como testigo de un espectáculo que nunca debió salir a la luz. No así. No con los titulares destrozándola, no con la mirada herida que me dedi
Andrea estaba parada frente a mí, con la determinación pintada en sus ojos oscuros. Me había pedido ayuda. A mí.Respiré hondo, pasé una mano por mi nuca y desvié la mirada un segundo ante de tomar una decisión.—Está bien —dije finalmente, con un tono más calmado de lo que me sentía—. Te ayudaré con la conferencia de prensa.Andrea sostuvo la mirada con intensidad, pero no hubo sorpresa en su expresión. Como si supiera que diría que sí. Como si, de alguna manera, confiara en mí.—Gracias, Leo —murmuró con una pequeña sonrisa.Y justo en ese instante, mi estómago traicionero decidió reclamar su derecho a ser alimentado. El sonido era lo suficientemente fuerte como para romper la tensión en el ambiente.Andrea con un destello divertido en la mirada, ese brillo juguetón que rara vez dejaba salir.—Por ahí me pasaron el dato de que ayer estuviste tomando —comentó con un tono despreocupado, casi burlón—. Así que, bien, date una ducha mientras yo preparo el desayuno.La observe con cierta