**ANDREA**
Santiago entrelaza sus dedos con los míos con una ternura que me estremece. Sus manos están tibias, firmes, seguras... como si supieran exactamente a dónde vamos, incluso cuando yo no tengo ni la menor idea. La noche nos envuelve en un manto silencioso, y el auto avanza lentamente por un camino cubierto de hojas secas que crujen apenas bajo las ruedas, como un murmullo de secretos de otoño.
Quisiera hacerle mil preguntas, reír, adivinar, llenarme de pistas. Pero no digo nada. No quiero romper este momento que se siente demasiado perfecto para ser interrumpido. Él lanza una mirada de reojo, cargada de una complicidad que no necesita palabras, y yo solo asiento con una leve sonrisa, como si mi silencio fuera un pacto.
Apoyo la cabeza contra el vidrio y dejo que mis ojos se pierdan en la oscuridad moteada de luces lejanas, pero en realidad no estoy mirando nada. Por dentro, algo se agita. Una ansiedad suave, dulce, que baila en mi pecho como si mi corazón reconociera algo que