** SANTIAGO**
El tictac del reloj en la pared marcaba el tiempo con una insistencia cruel. No sabía cuántas horas habían pasado desde que me había sentado en esta silla, pero cada segundo que transcurría era un recordatorio de todo lo que se había roto entre nosotros. La luz mortecina de la madrugada se filtraba por las cortinas, tiñendo la habitación con una penumbra tenue que dibujaba sombras inciertas sobre su piel.
Andrea dormía, ajena a mi mirada persistente, y aun así, la sensación de distancia era sofocante. Su rostro estaba relajado, pero su respiración temblorosa delataba lo que su inconsciente no podía callar. Cada tanto, se removía ligeramente entre las sábanas, como si incluso en sueños estuviera luchando con algo que no lograba comprender del todo. Murmuraba palabras ininteligibles, sonidos quebrados que flotaban en el aire y se desvanecían antes de llegar a mí.
Y entonces, sin previo aviso, un sollozo ahogado escapó de sus labios.
Fue un sonido pequeño, casi imperceptibl