Hay un temblor en su voz que no se atreve a romper el silencio, y, sin embargo, su mirada es como si intentara alcanzarme antes de que me aleje por completo, como si quisieran aferrarse a los últimos hilos invisibles que aún nos unen.
Sus ojos lo gritan todo: arrepentimiento, miedo, amor…
Ese amor suyo, tan potente y desordenado, parece envolverme por segundos, me sacude los cimientos. Durante un instante, siento que podría volver a perderme en él, que bastaría con un gesto para derrumbar mis defensas, pero no, respiro hondo y me obligo a recordar quién soy ahora.
—No —digo con una firmeza que ni siquiera sabía que aún tenía en mí, y en cuanto lo pronuncio, siento una punzada en el pecho, como si cada letra cortara desde adentro—. No voy a aceptar esa condición, Santiago.
Veo cómo su cuerpo se tensa, el gesto leve en su mandíbula, el parpadeo torpe, el leve retroceso, como si mis palabras fueran una bofetada, pero sigo, tengo que seguir.
—Porque no soy una pieza en tu tablero, ni un c