Mundo ficciónIniciar sesiónMilán, Italia…
—¿Qué haces? —pregunta la joven viendo como Mateo se levanta de la cama.
—Tengo que trabajar, Megan, lo sabes —le responde él con tono cansado.
—Lo sé, pero siempre vas más tarde —le hace saber la chica—. ¿Qué es tan importante hoy?
Aquella pregunta hace que el joven clave sus ojos avellana en los azules de su novia.
—Cuando termine, paso por ti y vamos a cenar. ¿Quieres?
Mateo se acerca a ella y acaricia su mejilla esperando una respuesta.
—Está bien —acepta Megan en voz baja.
Mateo sonríe y le da un dulce beso en los labios para luego levantarse e irse y terminar de cambiarse.
Megan observa cada movimiento de su novio, como sus músculos se ponen firmes en cada movimiento, la seriedad en su rostro era lo que en verdad le llamaba la atención en ese momento, muy pocas veces había visto a Mateo serio y ella sabía muy bien de dónde venía esa seriedad y ese dolor, no obstante, le daba miedo hablarlo con él, temía que él le confirmara lo que ella ya sabía. Mateo ama a otra mujer, no a ella. Aunque eso lo sabía, siempre lo supo, se propuso a no dejarlo ir, a no perderlo. Ella podía darle más que esa mujer que le rompió el corazón, solo tenía que ser paciente y él iba a llegar a amarla igual o más que a la otra mujer.
Una vez que Mateo acabó de vestirse, se acerca a ella y le deposita un tierno beso, luego sale de la habitación dejándola todavía en la cama. Él se apresura a bajar por las escaleras para salir de la casa. Vive en la casa que antes era de su abuela Regina, no había tenido el valor de venderla y, además, le gustaba la mezcla colonial y moderna que le regalaban algunas habitaciones. Se adentra al salón en donde había dejado un pequeño paquete sobre el piano, se acerca, lo toma y lo gira entre sus manos tratando de averiguar si hace lo correcto o no. Este día era importante como había dicho inconscientemente Megan, era el primer día de Aye en la Universidad, él sabía todos los movimientos de la joven gracias a su padre Ian, que lo mantenía informado de todo lo que ella hacía. Sabía que no era correcto hurgar en su vida y casi acosarla, sin embargo, era lo único que lo hacía seguir adelante sin tanta culpa por haberla dejado. Mateo era muy consciente de que dejarla era lo mejor que pudo hacer para ella y eso lo confirmaba cada día cuando su padre le contaba lo bien que le iba en cada proyecto que ella se disponía hacer. Quizás era una excusa que se hacía así mismo para no sentirse tan culpable, pero, aunque así fuera, sabe muy bien que fue lo mejor para ella y quizás también para ambos. No iba a salir nada bueno de una relación a distancia y eran muy jóvenes para lastimarse sin razón.
Sin dar más vueltas, toma el paquete, sale de la casa y se sube a su Maserati Grancabrio Sport negro. Al llegar a la oficina, deja el paquete con su asistente indicándole específicamente lo que tienen que hacer ya donde mandarlo, luego de tener todo listo sube a su oficina en donde la usa para esconderse de lo no deseado. Horas más tarde, él se encuentra mirando por la ventana a la multitud paseando como cucarachas, un poco por la altura y otro poco por la cantidad, demasiada gente para su gusto.
—Piedra libre para el gran Mateo —bromea Marcelo, su amigo de infancia, entrando como si fuese un lugar público.
— ¿No tienes trabajo? —curiosea Mateo sin prestarle mucha atención.
—De hecho, sí, mucho trabajo, por eso me escondo contigo —se burla Marcelo y luego observa con lo que está jugando Mateo sin ser consciente—. ¿Cuándo vas a despegarte de ese dije? —señala.
—No lo sé —responde con sinceridad.
—Hoy es el gran día, ¿verdad? —curiosea su amigo.
—Sí, esta mañana le envié el paquete —responde Mateo tomando asiento en su escritorio.
—La pequeña ya es toda una mujer —bromea Marcelo, aunque su tono derrama orgullo.
—Sí, ya no está a nuestro alcance, amigo —se burla el joven.
—Habla por ti, a mí todavía me quiere —entona cruzando los pies sobre el escritorio.
—Ese comentario es el más desafortunado que podrías haber dicho —se queja Mateo.
—Lo sé, pero es la cruda verdad —comenta con sarcasmo—. Es hora de que la dejes ir, Mat, ya perdí la cuenta del tiempo que llevas vigilándola y no te acercas a ella, déjala en paz —le pide mostrando sinceridad.
—Si no la molesta, ni siquiera sabe de mí —se defiende.
—No es necesario que sepa de ti, te siente, amigo, lo hace; debes dejarla rehacer su vida y también debes rehacer la tuya —le dice con sugerencia.
—¿De qué hablas? —pregunta el joven.
—De ti y Megan —canturrea el rubio.
—Megan sabe sobre Aye, si esa es tu preocupación —responde Mateo tomando un trago de Brandy italiano.
—Sé que sabe de ella y no me refiero a eso —expresa el rubio tomando una copa para servirse brandy ya que Mateo no lo ha hecho.
—Y entonces ¿a qué te refieres? —pregunta el joven sin emoción.
—Megan es una buena mujer, aunque un poco superficial…
—¿Solo un poco? —pregunta retóricamente Mateo.
—Bueno, un poco bastante, pero es buena y te ama y tu no la amas.
—Yo la amo —interviene Mateo.
—No —dice su amigo con convicción—. La quieres, pero no la amas, no como amas a Aye —explica—. Debes dejar de jugar, sé que quieres a Megan y no quieres lastimarla, pero si no eres sincero con tus sentimientos para con ella, vas a lastimarla y lastimarte a ti mismo. Aye ya sigue con su vida y tú también deberías hacer lo mismo —concluye.
—Y crees que no lo hago? —pregunta Mateo.
—Creo que todavía no lo deseas de verdad —responde Marcelo señalando con la mirada el dije que cuelga en el cuello de Mateo.
Ese dije que fue el símbolo de amor y unión entre Mateo y Aye cuando ella había cumplido los quince.
—Solo es un recordatorio de lo que no debo hacer —se limita a responder en entendimiento.
—Como mar —Marcelo se eleva de hombros—. Hoy tocamos en Black Hole, espero que estés preparado —le recuerda.
—Sí —le responde—. Lo estoy, iré después de cenar con Megan —le hace saber.
—Ok, Adam y Jonas van a esperarnos en el vestuario. Puede ser que tratemos de evitar a mi hermana en los vestuarios, ¿por favor? —le pide casi en súplica—. No sé hasta dónde soportaría verla con esas estúpidas minis faldas que usa. Me vuelvo loco.
Mateo se ríe, pero de igual manera asiente.
—Haré que nos espere en la barra, le diré a Megan que la mantenga lejos de los chicos de sonidos —lo tranquiliza sabiendo la preocupación de su amigo por su hermana gemela.
—Gracias, amigo, van a salirme canas antes de tiempo si sigo lidiando con esos chicos y las faldas de mi hermana —lloriquea provocando que Mateo se carcajee.
—Esos chicos saben que no deben meterse con ella —le recuerda Mateo.
—Sí, pero eso no les impide ver. Además, estoy seguro que uno de ellos anda en algo con ella y en cuanto descubra quién es el idiota que se cree lo suficientemente bueno para mi hermana, voy a castrarlo y tatuarle mi nombre en la inglés para que me recuerde cada vez que quiera usarla.
—Eso es un poco extremo —se carcajea Mateo.
—Extremo o no, es la verdad —asegura poniendo cara de loco.
—Va a odiarte si sigues metiéndote en su vida —le indica—. Yo ya no puedo seguir entre ustedes para que ella no quiera golpearte y no deje de hablarte —le hace saber.
—Lo sé y gracias por eso, pero ella es mi hermana, tienes que entender, me vuelve loco su forma de ser y como esos guarros andan tras ella.
—Yo también la siento como una hermana y sé cómo se siente ver eso, pero debes saber que ya es mayor de edad y un día…
—Ese día no va a llegar, ese día no va a llegar —comienza a cantar Marcelo tapándose los oídos—… No va a llegar…
—Eres un idiota —le dice Mateo divertido y negando con la cabeza.







