Capítulo 7

— ¿Cuál es tu especialidad? —le pregunta Bonnie a Aye recostándose en la cama que desde ese momento le pertenece.

—Danzas —le responde cruzando sus piernas imitando a un indio arriba de la cama—. Y voy a tomar algunas clases más para arte.

—Te gusta pintar y bailar. Bien —acepta Bonnie—. ¿Y tú? —curiosa mirando a Kansas.

—Literatura —contesta levantando su libro de poemas en el aire provocando que Bonnie haga cara rara ante esa respuesta.

—Y el tuyo? —curiosoa Aye antes que diga alguna cosa que incomode a Kansas.

—Drama —responde elevando la barbilla con orgullo.

—No me digas —murmura Kansas y Aye le niega con los ojos.

—¿De dónde son? —Curiosea Bonnie.

—En serio, ¿vas a hacer eso de las 20 preguntas? —pregunta Kansas.

—Vamos a convivir, solo quiero conocerlas —le responde la castaña.

—Está bien —suspira la rubia.

—Oye —Bonnie interviene con rapidez cuando le nota la intención de responder—. Si me dices Kansas, no podré contener la risa —le advierte.

Aye se ríe y Kansas solo rueda sus ojos.

—Texas —le hace saber—. Soy de Texas. 

—Mmm… Una vaquera —canturrea frotando las manos—. ¿Y tú? —presta su atención a Aye—. Seguro eres latina, ese culito respingón es de origen latino —Eso hace que tanto Aye como Kansas miren el culo de la aludida.

—Puede ser por bailar —se defiende Aye.

—Nah —niega Bonnie como si eso no fuera posible—. Ese culo es de herencia, nada de esfuerzo.

Kansas no para de reír y Aye está roja como un tomate.

—Soy de Argentina —termina diciendo.

—Ves, lo sabía —chilla Bonnie saltando sobre la cama—. Sabía que eras latina, el culo de ese moreno también lo delató. 

—¿Le miraste el culo a mi tío? —indaga Ay anonadada.

—Obvio —responde elevando sus hombros con despreocupación—. Ese culo es de lo que no vi nunca antes —entona con engaño—. Vas a decirme que no viste el culo que tiene tu tío.

—Noo —dice con rapidez y arrugando la nariz—. Es mi tío. 

—Tío o no, tiene un buen culo y tonta de ti que no lo has apreciado —eso hace que Kansas suelta una carcajada.

—¿Estás de su lado? —le pregunta Sí.

—Esta vez, sí. Tiene razón —contesta la rubia como si nada.

—Oye, que no te avergüence verle el culo a tu tío, está hecho para eso, créeme —habla Bonnie con seguridad.

—Nada de vergüenza —sonríe Aye—. Creo que voy a ver si encuentro algo con chocolate —les hace saber y se levanta para salir escuchando los gritos de sus compañeras que también le pedían algo de dulce.

Al salir de la habitación, descubre que todavía el tráfico de chicos alterados no había terminado. Tratando de ser lo más invisible posible caminar fuera del edificio en busca de aire y así poder averiguar dónde se encuentra la cafetería o al menos una máquina de comida chatarra y exclusivamente que contiene chocolate. Al encontrar un cartel donde da la ubicación de la cafetería comienza a caminar mirando sus bolsillos en busca de dinero sin prestarle atención al camino, logrando con eso, llevarse por delante algo lo suficientemente duro como para hacerla caer, aunque gracias a los reflejos de ese algo suficientemente duro, no logra llegar al suelo. Los ojos verdes-avellanas de Aye se elevan para poder apreciar los ojos café claros, con una mota dorada de un joven. El recorrido ocular de Aye sigue en dirección a sus pronunciados pómulos, su cabello castaño oscuro despeinado.

—¿Estás bien? —le pregunta el chico cortando con la inspección de la joven, todavía sin soltarla. Los ojos de Aye se dirigen hacia el sonido que emitía la boca del joven, encontrándose así con unos labios bien definidos, el labio inferior más grueso que el superior—. Oye —llama su atención y Aye lo mira a los ojos—. ¿Estás bien? —cuestiona elevando una ceja.

—Tienes un acento raro —Es lo único que sale de la boca de la chica provocando con eso que el joven ría.

—Tú también —dice la joven parándola en el lugar, pero sin soltarle las manos—. ¿De dónde eres, pequeña exploradora? —curioso.

—Argentina —responde Sí—. ¿Y tú?

—Brasil —le contesta—. Creo que somos vecinos.

Él le sonríe de costado provocando que una pequeña molestia en el estómago comience a formarse.

—Será mejor que siga —dice la joven señalando el camino que tiene frente—. Me han pedido dulces y me lo van a hacer pagar si llego sin ellos —le cuenta en forma de disculpa.

—No hay problema —asiente el chico sonriendo—. Entendiendo el poder que tienen los dulces sobre las mujeres —bromea haciendo sonreír a Aye.

—Adiós —entona la joven alejándose.

—Espera —habla en voz alta para detenerla—. No me has dicho tu nombre —dice casi haciendo morritos.

—¡Soy Sí! —le grita la joven retomando su camino.

—¡Un gusto, sí! ¡Soy Dylan! —le grita el joven.

—¡Un placer! —le devuelve el grito Aye y se adentra a la cafetería con una delicada sonrisa dibujada en su rostro.

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