—Te juro que no me dejé ganar —interviene Mateo en el recuerdo de la joven.
—No te creo —le dice sonriendo.
—No lo hice —le asegura un poco espacio de ella—. Quería tanto que estuvieras una noche solo para mí —Con delicadeza le acaricia el rostro con solo el dedo índice, apenas un roce provocando que ella cierre sus ojos—. Era lo que más deseaba —le confiesa.
—Pero no puedo aceptarlo —murmura, todavía sin abrir los ojos.
—Y yo no puedo dejar que lo devuelvas —le susurra cerca de sus labios.
Aye puede sentir el calor de su aliento de manera peligrosa sobre su boca.
—Mateo —musita abriendo sus ojos y encontrándoselo muy cerca de ella—. No deberías —entona, mientras da un paso atrás para alejarse de su cercanía y así no caer en su seducción.
— Deberías dar una vuelta —sugiere Mateo dejando que ella tome la distancia que necesita para sentirse segura.
—¿Qué? No —balbucea la joven.
—Lo harás —afirma—. Hagamos un trato, si no te gusta cómo se siente estar sobre él, puedes hacer lo que quier