—Señor Betanckurt —sueltan al unísono y se quedan mirándolo con la boca abierta.
—Sí, escuché todo —responde la pregunta silenciosa que se hacían los chicos—. Hablemos —Le señala una mesa cercana a ellos. Los chicos se miran un instante y Alex pone las manos en las caderas—. No voy a golpearlos. Espérenme ahí, voy a pedir un café bien cargado.
— ¿Yo también? —indaga Adam, un poco sorprendido y otro poco asustado.
—Sí —asiente Alex—. Tú también —le hace saber antes de girarse para pedir su café.
Los chicos hacen lo que él les ordenó y se acomodan en la mesa con las cabezas gachas.
A los pocos minutos, Alex se acerca a ellos con la bandeja de bebidas que habían pedido los chicos y con su café, se acomoda en la silla libre y en silencio bebe el primer sorbo de su oscura bebida bajo la atenta mirada de los jóvenes.
Incomodo e impaciente por el silencio por parte del padre de la mujer que más ama, además de su madre, Mateo decide romper ese silencio.
—Señor Betanckurt, yo…
Sin emba