Mundo ficciónIniciar sesiónSí llega a su casa, después de unas intensas clases de danza. Su único pensamiento, era llegar y correr a la ducha para quitarse el sudor del cuerpo. Abre la puerta de su casa y dando saltitos se quita las convers dejándolas a un lado de la puerta. Cuando levanta la vista se pega el susto de su vida al encontrarse con su hermano parado mirándola fija.
—Casi muero del susto —se queja ella con una mano al pecho.
—Mamá está en la oficina —le informa—. Estás esperándote.
Aye frunce el.
— ¿Pasó algo? —pregunta la joven.
—No sé —Lucas se eleva de hombros—. Está enfadada —le deja saber.
—¿Conmigo? —se auto-señala ella.
—Conmigo no —se señala el chico.
—No eres de ayuda —se queja antes de rodearlo para ir al encuentro con su madre.
—¡Suerte! —le grita su hermano.
Ella lo ignora y sigue su camino. Cuando llega a la oficina, da un suave golpe en la puerta antes de abrirla y asomar la cabeza dentro del lugar.
— ¿Se puede? —pregunta con cuidado. Lina asiente y ella entra—. Me dijo Lucas que estabas esperándome —dice al tiempo que camina observando a su padre parado a un lado mirando por la ventana.
—Sí —Lina saca un sobre bastante gordo del cajón del escritorio y lo posa con brusquedad sobre el mismo—. ¿Qué esto? —pregunta sin rodeos. Aye mira el sobre, luego a su madre que la miraba con el ceño fruncido y luego a su padre que la miraba sonriendo—. No mires a tu padre —espeta la madre.
—No sé lo que es —confiesa Aye.
—No hay problema —dice Lina con brusquedad—. Yo te digo lo que es.
Abra el sobre tirando lo que hay dentro del escritorio.
—Ángel —advierte Alex para tranquilizarla, pero ella lo ignora.
—Es una aceptación de Juilliard —lanza Lina dejando a Aye sin respiración.
—¿Es qué? —balbucea Sí.
Te aceptaron en Juilliard —le dice Alex con suavidad ampliando su sonrisa.
—Ay, Dios mío —chilla Aye pegando un salto—. No puedo creerlo.
—Yo tampoco —suelta Lina provocando que Aye se quede paralizada en el lugar.
—¿Qué? —susurra la joven.
—No puedo creer que no nos hayas dicho nada sobre esto, Ayelen —Lina sacude los papeles al aire—. ¿Cómo es que tengo que enterrme de esta forma? O, ¿cuándo pensabas decirnos de esto, cuando ya estés en Estados Unidos?
—Ángel, cálmate —le pide Alex.
—Y una m****a —escupe ella.
—Mamá —musita Sí.
— ¿Cómo fue que paso esto? —inquiere Lina tomando una respiración para calmarse.
—Mandé mis datos y calificaciones por correo electrónico —responde Aye con lágrimas en los ojos.
—Necesitas una recomendación, Aye —interviene Alex hablando con suavidad—. Es muy difícil entrar.
Aye asiente.
—Tuve un poco de ayuda —murmura.
—Déjame adivinar —entona Lina—. Tu abuelo Gerard fue tu ayuda, ¿verdad?
Alex suspira.
—Tu madre está enfadada —suelta como si no fuera algo obvio.
—Por supuesto que estoy enfadada —interrumpe Lina.
—Ángel —le regaña—. Ella está enfadada porque no nos ha dicho nada sobre esto, tuvimos que enterarnos así, de casualidad —explica con cautela—. ¿Por qué no nos dijiste nada? —le pregunta mostrando el amor que siente por ella.
—Lo siento —susurra la joven.
—No puedo creer que tu padre se haya metido en esto y nos lo haya ocultado. ¿En qué demonios estaba pensando? —refunfuña Lina—. Tu padre va a escucharme.
—En realidad —Aye se aclara la garganta—. El abuelo Roberto también puso su granito de arena.
—¿Qué? —chilla Lina—. ¿Mi papá también?
Alex suelta una carcajada y ella lo fulmina con la mirada. Él pone una mano en su boca para tapar su sonrisa.
—El abuelo también mandó una recomendación aprovechando que estuvo en la guerra de parte de Estados Unidos y nosotros sus contactos.
Alex sonreía como un tonto, mientras Lina refunfuñaba. Aye lo mira y él le guiña un ojo haciéndola sonreír.
—Acaso están todos en mi contra? —se queja Lina.
—No, mamá. Ellos solo me ayudaron porque yo se los pedí —salta Aye en defensa de sus abuelos.
—Ángel, no seas tan dura —le pide Alex acariciándole el hombro—. Sí, entiende, nos duele que no hayas confiado en nosotros para esto. Es algo grande y nos enteramos por casualidad.
—No es justo —interviene Lina.
—Lo sé, lo siento —se acongoja Aye—. Quería decirles, lo juro —se apresura a decir—. Pero tenía miedo.
Esas palabras hacen que Lina se calme de un solo golpe.







