Mundo de ficçãoIniciar sessãoCHICASSSSS, MARATON HASTA EL CAPÍTULO 12, PORQUE SE LO MERECEN ;)
A la semana volvieron a Buenos Aires, Mateo ya tenía una decisión tomada, era lo mejor, ética y moralmente que se le ocurría hacer. Por lo que llamó a Aye para avisarle que había llegado a la ciudad y que se acercara a su casa, que necesitaba hablar con ella.
Cerca de las de las seis de la tarde, Aye llega a la casa de Mateo. Toca el timbre, nerviosa, lo había escuchado mal a Mateo por teléfono, no parecía el chico alegre que ella conocía, el que siempre se reía o hacia bromas, algunas subidas de tono. No parecía a él, para nada. Sonaba serio y angustiado. La puerta se abre dejando ver a un Mateo con el ceño fruncido, afligido y triste. Eso hace que el corazón de Aye se retuerza dentro de ella. Sin decir una palabra, ella se abalanza sobre él y envuelve su cuello con sus brazos. Mateo al reaccionar acepta su abrazo y la aprieta fuerte contra su cuerpo. Luego de unos segundos, se separan y ella le sonríe mostrándole que no todo está perdido y él con esfuerzo le devuelve la sonrisa. La toma de la mano y la obliga a subir las escaleras para llegar a su habitación.
Una vez ahí, aclama su boca sin miramientos, como si no fuesen a verse nunca más… Y tal vez fuera así, ya que no estaba seguro si ella iba a aceptar la propuesta de él, pero mientras la tuviera cerca en ese momento, la iba a besar y abrazar hasta que ella no quisiera hacerlo más. Se niega a dar por terminado ese amor, iba a ser ella quien dijera punto final.
—Te extrañé —susurra Aye cuando Mateo la dejó respirar.
—Te necesité —murmura él con la voz pastosa—. Te necesito.
Pega su frente a la de ella y cierra los ojos inspirando profundo para sentir su aroma a vainilla.
—Ya estoy aquí —musita.
—Ya estamos aquí —secunda Mateo.
La lleva a la cama obligándola a acostarse y él se tiende a su lado abrazándola y acariciándole el brazo quedamente. Se perdieron en el tiempo estando así. Ninguno de los dos hablaba, no decían nada, solo se acariciaban perdidos en el silencio y sus pensamientos. Lo único que se escuchaba era la tranquila respiración de ellos.
—¿Cómo está tu mamá? —se interesa Aye, no iba a preguntarle como estaba él, ya sabía cómo estaba, lo sentía. No era necesario preguntarle.
—Va a estar bien. Tiene a mucha gente a su lado —contesta y luego de un suspiro decide que ya es hora de hablar. Se sienta y se acomoda para estar frente a ella—. Tenemos que hablar —anuncia.
—¿Qué pasa? —indaga Aye sentándose también.
—No sé cómo decir esto. No sé cómo expresarme; por dónde empezar…
—Solo dilo, como salga —expresa Aye y Mateo asiente.
—Mi abuela dejó la empresa en mis manos. En realidad, puedo decir que no, pero no se sentiría bien hacer eso, me sentiría un cobarde y temo no ser un orgullo para ella. Estuve pensando mucho y creo que mi lugar es en frente de esa empresa —Aye no le dice nada, solo lo mira con el ceño fruncido tratando de asimilar todo lo que él le está diciendo—… Es lo único que queda de la familia de mi mamá, es un legado que si lo hago a un lado siento que el apellido de mi mamá se perderá… olvidará y, no quiero eso. Es un trabajo de muchos años y no se siente bien perderlo. Sé que a mi mamá no le importa, pero por alguna razón que no puedo explicar, a mí me importa. Siento que debo hacerlo, debo ir a Italia y hacerme cargo de la empresa, dejar vivo el nombre de mi mamá, de sus padres, de mi abuela —Toma aire y la mira a los ojos—. Por favor, di algo —le pide con la voz ahogada por el miedo de lo que pueda llegar a pasar.
—¿Vas a irte a vivir a Italia? —Mateo asiente—. ¿Vas a tomar tu lugar en la empresa? —Vuelve a asentir—. Vas a dejarme —musita tan bajo que Mateo tuvo que hacer un esfuerzo para escucharla.
—No quiero dejarte —articula él.
—¿Y entonces?
—Tampoco puedo pedirte que dejes todo y vengas conmigo, sin embargo, sí puedo pedirte que mantengamos nuestra relación a distancia; sé que será difícil, pero también sé que podemos hacerlo, lo nuestro es fuerte y puro, puede contra cualquier cosa.
—No va a funcionar —niega Aye.
—Sí que funcionará, somos fuertes, nos pertenecemos, los dos somos uno; siempre fue así y siempre será así —sentencia Mateo.
—No va a funcionar —repite Aye ahogada y deja salir las lágrimas.
De un salto sale de la cama y prácticamente corre hacia la puerta para salir de allí, no obstante, Mateo se le adelanta y la abraza por detrás, pegándola a él.
—Funcionará. Sé que va a ser así —respira en su oreja provocando que una corriente eléctrica recorra su cuerpo—. Por favor, no me dejes —le suplica.
Ella cierra los ojos suspirando profundo, se gira y sus frentes quedan unidas.
—No lo haré —jura para luego cerrar ese juramento con un beso.
Ese beso se hace más profundo, más poderoso, él la tiene agarrada de la cintura y ella del cuello; están agarrados con fuerza, sin temor a romperse. Mateo con cuidado la comienza a llevar de nuevo hasta la cama. Con suavidad la acomoda sobre el colchón, sin dejar de besarla y acariciándole el hombro con intensidad.
—Quiero hacerlo —suelta Aye casi inaudible, pero esta vez Mateo no entendió lo que dijo.
—¿Qué?
—Quiero hacerlo —repite—. Quiero entregarme a ti —entona con la voz vibrando.
—No tienes que hacerlo…
—Quiero hacerlo, quiero que seas el primero…
—El primero y el último —interviene él sonriendo.
—El primero y el último —concuerda ella—. Antes de que te vayas quiero darte como regalo y recuerdo esto, es lo mejor que tengo y quiero dártelo a ti.
—No es lo mejor que tienes, tú eres mejor —Le besa los labios despacio—. Pero no quiero que lo hagas porque te sientas obligada. Puedo esperarte hasta que nos volvamos a encontrar.
—Yo no pudo esperar —Suspira y clava sus ojos en los de él—. Solo acéptame —susurra.
—¿Segura?
—Segura.
Con una amplia sonrisa la besa, perdiendo la noción del tiempo dejando en ese beso todos sus sentimientos y sus almas expuestas.
Con sus manos baja al borde de la camiseta de la joven y se la quita por la cabeza, besa cada parte de la piel desnuda, tomándose el tiempo para deleitarse con la nívea y suave piel, perdiendo la conciencia con el aroma a vainilla que emana de su cuerpo.
con sutileza la despoja y se despoja de la ropa. Por primera vez, ambos estaban desnudos y expuestos el uno al otro. A ella le dio vergüenza y giró su cabeza para que no se diera cuenta que se había puesto roja, pero Mateo la conocía y no se podía ocultar de él tan fácilmente.
—No tengas vergüenza, soy solo yo —le susurra con dulzura—. Eres lo más hermoso que jamás he visto.
Ella le sonríe con timidez y él la vuelve a besar.
Su boca ocupa la boca de ella y sus manos ocupan todo lo que podían abarcar del cuerpo de Aye. El calor en la habitación sube con rapidez, sus respiraciones agitadas y sus cuerpos temblorosos marcan la pasión que hay para saciar. Mateo estira una mano hasta la mesita de noche para sacar un preservativo y colocárselo. A pesar que ella no tenía experiencia, él sí la tenía. Un año antes de que ellos comiencen su relación, él había tenido varias oportunidades con chicas que solo se le entregaban porque era el más popular de la escuela y además la banda daba sus frutos. Por lo que sabía muy bien que con Aye tenía que ser muy cuidadoso y lo último que él quería, era hacerle daño. Una vez que se colocó protección se acomoda en medio de ella apoyando la punta del glande sobre el sexo femenino. Aye se tensa y da un respingo.
—¿Quieres que pare? —le pregunta con suavidad. Ella tenía los ojos abiertos, muy amplios, estaba en alerta—. Puedo parar si quieres.
—No. Quiero que sigas. No pares —entona con la voz entrecortada.
Mateo asiente y la besa con dulzura.
—Dime si te hago daño —le pide sobre su boca antes de volver a besarla a medida que se va introduciendo dentro de ella con lentitud para no hacerle daño—. Relájate —le indica al sentirla tensa y demasiado quieta.
Al principio ella jadea por la quemazón que siente, pero después de unos minutos ese dolor se vuelve placer y comienza a gemir. Sus caderas cobran vida moviéndose al ritmo que indica Mateo. Él sonríe al ver que comienza a acoplarse a él.
—Eso es, Peque. Así —jadea el joven.
Ayelen pierde toda razón en los brazos de Mateo y Mateo se deja ir en los brazos de Ayelen. Ambos firmaron su sentencia. Ella quería que su virtud fuera un regalo y recordatorio de cuánto lo amaba. Él quería que para ella fuera especial y que también recordara cuánto la amaba. El tiempo y las circunstancias no estaban a su favor. No obstante, nadie los iba a culpar por intentarlo.
Aye fue la primera en dejarse ir jadeando el nombre del chico. Luego la siguió Mateo gruñendo como si se hubiera perdido la vida en ese lecho. Ambos respiraban de manera entrecortada y sus corazones estaban acelerados. Sus pieles brillaban por el sudor y sus ojos estaban cristalinos por lágrimas encerradas que no iban a dejar salir. Al menos Mateo no lo iba a hacer.
—¿Estás bien? —se interesa Mateo una vez que la acomodó a su lado y la envolvió con sus brazos poniéndose frente a frente.
—Sí —musita ella y una lágrima se escapa dejándola en evidencia.
—¿Qué ocurre? ¿Te hice daño? ¿Te lastimé? —pregunta con preocupación, pero ella se limita a negar con la cabeza—. ¿Entonces por qué lloras? —indaga acariciándole la mejilla.
—No quiero que te vayas —hipa Aye y a Mateo se le estruja el corazón al escuchar el pedido de ella y cierra los ojos respirando hondo—. Sé que no es noble que te lo pida, que soy una egoísta, pero te quiero aquí, conmigo, a mi lado —Esconde la cabeza en el hueco del cuello y el hombro de Mateo sin dejar de llorar.
—Tampoco quiero irme. Quiero quedarme aquí contigo, a tu lado, también voy a extrañarte. Pero es mi deber, tengo que hacerlo —Ella solo llora, quizás ni siquiera está escuchándolo—. Dios, no me lo hagas más difícil. Por favor —suplica.
—Lo siento —murmura ella con la voz ahogada por tener la boca pegada en el cuerpo de él.
—No, yo lo siento —Besa su frente—. Nunca voy a poder olvidar este momento, ¿sabes? Siempre pensé que serías la única mujer, decía estar seguro, pero ahora lo reafirmo. Eres la única mujer para mí. La única —Ella lo mira y le dedica una sonrisa triste—. Te amo —le susurra perdido en los ojos de ella mostrándole su alma y haciéndole saber que es suya.
—Te amo —murmura Aye anclando todo su afán en esas palabras.







