Por Ema
¡Maldita sea!
Ni siquiera había almorzado, solamente tenía en mi estómago varios cafés, esos que tomé cuando estaba declarando.
Apurando el paso subí a mi camioneta y tirándosela encima a varios autos para poder pasar, llegué relativamente a tiempo, claro que la sesión ya se había atrasado una hora.
Mi cabeza estallaba, mi amigo había almorzado con Sol.
No podía pensar con claridad.
El psicólogo me esperó porque algo le comenté a Cris y él habló con el terapeuta.
Más allá de eso y de que trabajase en la clínica de mi amigo, a nosotros nos iba a atender en su consultorio particular y a cobrar cada segundo de retraso, eso no era problema para mí.
Por supuesto que en la clínica de mi amigo no iba a pagar un peso, pero le estaría sacando recursos para otros pacientes que quizás no podrían pagar un arancel particular.
Esa empatía la aprendí de mi madre, porque ella siempre pensaba en los demás.
- ¡Llegaste!
Me reclamó Gloria.
¡Eso es inadmisible!
- ¡Papá, te extraño!
No entiendo por