Amatista, aún golpeada por la revelación de Jeremías, salió del club de golf. El aire de la tarde, fresco pero penetrante, la envolvía mientras tomaba un taxi hacia la mansión Torner. A cada minuto, la incertidumbre de lo que acababa de descubrir se volvía más pesada. Jeremías había dicho tanto… palabras que ahora resonaban en su mente como un eco perturbador. Necesitaba hablar con Daniel, rápido, para encontrar algún tipo de respuesta, aunque temía lo que podría suceder.
Al llegar, la mansión seguía su ritmo de calma. Al entrar, se encontró con Mariam, su madrastra, que estaba en el pasillo.
—Buenas tardes, Amatista —saludó Mariam con una sonrisa tranquila.
—Buenas tardes, Mariam —respondió Amatista con cortesía, aunque la mirada en sus ojos no podía esconder la tormenta interna que llevaba. —¿Sabes dónde está mi padre?
—Está en su despacho —comentó Mariam, notando algo extraño en el rostro de Amatista, pero sin profundizar en ello.
—Gracias —dijo Amatista con una sonrisa fugaz, y si