La reunión transcurría con la misma solemnidad que caracterizaba los encuentros de negocios en los círculos de Enzo. Las conversaciones eran tensas, cargadas de cifras y estrategias. Amatista, sin embargo, estaba sentada tranquilamente al lado de su esposo, ajena a la presión que flotaba en el ambiente. Sus ojos curiosos recorrían la sala, fascinados por los detalles que para los demás eran insignificantes: los estantes altos con libros de cuero envejecido, los cuadros abstractos en las paredes y el suave brillo del mármol de la mesa principal.
Enzo no podía apartar la mirada de ella. Cada pequeño gesto de su "gatita" parecía una obra de arte en movimiento. Mientras los demás discutían estrategias financieras, él observaba cómo ella jugaba distraídamente con el dobladillo de su ropa, sus labios curvados en una ligera sonrisa que iluminaba el ambiente. Para él, Amatista era como un faro de calma en medio de un mar de estrés.
—Tomemos una pausa antes de continuar —anunció Enzo, levantán